La disciplina del puño (2014)

A Dos Minutos, por tanta música, por tanta alegría

La disciplina de la calle encuentra al boxeo, es un trabajo de iniciación: El boxeador, el pugilista, esgrime un saber del cuerpo. Los clubes de boxeo de los barrios negros de Chicago no fueron solamente el refugio de los tiros y de la sustancia en ciudades fantasmas, con decorado gansta, ventanas atrancadas con tablones, carteles de comercios antes prósperos cubiertos de hollín, industrias que son galpones harapientos: La muerte reparte la sortija del desempleo pandémico. De este entorno hostil, nace, como flor de loto de la violencia, la sociabilidad protegida del Gimnasio, los clubes de boxeo. Espacio relativamente cerrado, pletórico de códigos, donde las presiones de la calle encuentran el oxígeno de un límite y una catarsis productiva, allí el guetto se piensa virtuoso. Las cuatro paredes que gobiernan el puño son todo el asunto… Y el honor masculino le canta al orgullo de una tradición y de una pertenencia.

En los clubes de boxeo, la conversación es un ritual. El orden de quienes tomen la palabra es una jerarquía con la cual hay que hacerse, el respeto tiene el peso de lo merecido. Los entrenadores tiene preferencia, algunos viejos que frecuentan los gimnasios buscan la joya que brota de cualquier lado del humano. Un leve tufillo de empleados municipales se levanta como de fondo, puede ser mate de la mañana tempranera, “mi madre se siente orgullosa de mí”, lo profano, lo degradado por la sociedad desocupado es ahora motivo del sacrificio: El mundo sagrado de quien sabe evitar los golpes de la vida, del puño.

El arte masculino de la piña es una ética. La tele solo nos presenta las putas y las causas penales del pugilista, pero estos hombres suelen alcanzar otras alturas más allá de las tentaciones del poder. Nadie logra hacerse con el saber del pegar si la energía física, mental, emocional no se encamina, metódicamente, y consigue en el cuadrilátero la revancha que la psiquis desea en lo inconsciente. Todo pugilista, boxeador de sí, moldea su relación con el acto del comer como una actividad fisico-simbólica, incorporada, analizada con medicina, un momento del oficio. En este catecismo, la energía no puede disiparse. La vida personal no aumenta, sino decrece, se concentra toda en el cuadrilátero. La ascesis recorta en lo sexual y en la joda de los amigos. El interés pugilístico debe acapararlo todo, el músculo debe escribir la ley de esta ascesis como una escritura del cuerpo: levantarse al alba para correr, fichar en el gimnasio cada tarde, son 15 o 20 rondas de boxeo con la sombra, bolsas, sparring, saltar la soga, volver derecho a casa, baño, descanso, retiro temprano para las 8 horas de sueño. Austera, aburrida: el boxeador es un solo… Un eremita de barrio bajo.

Algo de toda esta sabiduría todavía se destila en los variopintos gimnasios de nuestro localismo; Paisaje de barrio donde los muchachos y muchachas, preocupados porlos rollos, las celulitis, el culo que se inclina y ve el infame desvanecerse de su forma firme, el transpirarse como pollo que revienta en microondas, los espejos que se comparan, el ritmo idiota de lo electrónico, las calzas, el henchido del Ego, bajo dosis, con esa creatina que promete un poco de brillo para la Disco del Sábado Frenético. Aunque, también, es posible encontra, en esas cuatro paredes que llaman al trabajo del amor propio, una forma de conciencia sobre la conducta: la posibilidad de la salud.

También podríamos hablar del Negocio mundial. El que se implica en las grandes cadenas del deporte espectáculo, los relatos del estrellato, el cúmulo de verdes que rodean al boxeador… la sonrisa de los excesos que se siguen, uno a uno, al ocaso de aquella virtud trabajada con paciencia de orfebre… Anuncian el desparramarse de toda clase de vicios.

Pero esa es la historia, la que ya conocemos, la del éxito y la caída: el juego de vampiro de la masa y del periodista.

dos potencias se saludan

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