Los trabajos de mierda de la multitud, el sector privado y la “economía simbólica”: homenaje a una antropología con imaginación sociológica

Los trabajos del antropólogo anarquista David Graeber se caracterizan por su imaginación teórica a la hora de construir conceptos. Su libro más interesante no versa sobre economía de la deuda sino sobre sociedad. Es Trabajos de mierda, la tipificación misma da cuenta de esa capacidad de observación empírica mezclada con sentido del humor, crítica al capitalismo y empatía. El libro es exhaustivo, munido de entrevistas y pasajes cuya actualidad permiten pensar al capitalismo cibernético.

Entre muchos hallazgos contra el sentido común, Graeber destaca que la enorme proliferación de trabajos de mierda no se halla dentro del sector público (el trabajo asalariado por el Estado) sino en el sector privado. Los hallazgos empíricos de su libro causarían un fuerte rechazo y dolor estomacal si fueran leídos por los “cosplay liberal libertos” argentinos. Para Graeber, la llamada “economía de servicios” del actual capitalismo imita el comportamiento de los trabajos sin sentido del viejo y aniquilado mundo soviético («el trabajo socialista de tener tres dependientes para vender un trozo de carne»): los mercados competitivos no solucionan esto, al contrario, incentivan seminarios de coaching ontológico entre sus empleados, talleres motivacionales, cursos de tao de las ventas, y un sinnúmero de estupideces de la cultura empresarial y su literatura del yo. Uno de los efectos más importantes de quienes, en la economía financiera o de servicios o informacional, ejercen trabajos de mierda es la envidia.

Envidia hacia trabajadores productivos que, al final de la jornada laboral, saben que lo que hicieron contribuye al funcionamiento óptimo de la sociedad, como producir heladeras. O envidia, como sucede en Argentina, ante los trabajadores de las políticas públicas progresistas que, al final del día, saben que han contribuido, relativamente, a mejorar las condiciones de vida de los sectores populares, ya sea entregando bibliotecas en escuelas, enviando vacunas a las instituciones penales, licitando obras públicas, creando coros & orquestas en escuelas rurales, etc. En ambos hay orgullo de pertenencia, orgullo a la FORD o orgullo militante del tipo “La Patria es el Otro”. Un sentido para el trabajo. Desde el desgobierno Macri-Fernández-Milei, el vaciamiento del estado y de sus políticas públicas es el modo mediante el cual el prejuicio se realiza: desfinanciar la administración es un modo de encontrar en el Estado el trabajo de mierda que “los privados” ejercen desde el vamos.

Los lacayos de las finanzas o de la información saben todo esto. En el fondo, saben que sus trabajos se basan en cagar al prójimo, sea mediante engaños electorales o financieros o comerciales. Un trabajo de mierda es un trabajo en el cual el trabajador finge que es productivo, importante, se trata de trabajadores improductivos cuyo sueldo les permite sostener el semblante y la pertenencia (imaginaria) a una clase media formateada por el ideal norteamericano de vida. El trabajador de mierda es aquél que, bajo la fachada del bancario, boludea por Facebook y Tinder unas cuantas horas al día, pero se siente superior a una tatuadora, a un cocinero, a un profesor de filosofía, a una camarera o un comerciante. Contra la almohada sabe que se rasca. Por eso, se ofende como nadie si un jubilado lo apura con su turno, no tiene duda que los banqueros para los cuales trabaja son unos hijos de puta, se siente feliz de usar traje y corbata, mirar culos desde el escritorio, tomar café en una oficina con aire acondicionado. La grasa militante son los otrxs.

Fingir en el trabajo que se trabaja pone en evidencia la enajenación al desnudo, esto es, la condición del trabajo enajenado desprovisto de su carácter socialmente productivo. Graeber se pregunta: ¿por qué a un empleador le parece inmoral que sus empleados no estén trabajando, aunque sea obvio que no tienen nada que hacer? Se trata de una investigación cualitativa ejemplar que permite pensar la actualidad del mundo laboral en cualquier parte del planeta (virtud inestimable de la buena metodología cualitativa de investigación social). Una cuestión más antes de terminar.

En los noventa, Robert Reich, ex secretario de Trabajo de Estados Unidos, invento la categoría de “analistas simbólicos”, hablaba del ascenso de una nueva clase media versada en tecnología, otros sociólogos hablaban de “trabajadores del conocimiento” y de la “sociedad de la información”. Antonio Negri retradujo, correctamente, todo esto con su concepto de trabajo inmaterial. Que va desde el programador hasta el docente. Pero, inmediatamente, lo ensalzó con un furor notablemente idealista e italiano. Quiso creer que la multitud de los trabajadores inmateriales (cuyos trabajos se ejercían en marketing, entretenimiento, economía digital etc.) podían producir una rebelión de izquierda. ¡Justo en el sector del trabajo donde menos interés existe en solidarizarse con los pobres!

Graeber afirma que lo que hace el sector informacional que acompañó el ascenso de las finanzas es una especie de cortina de humo: en el contexto de un capitalismo superproductivo no trabajamos tres horas por día porque carecemos de una estrategia internacional de solidaridad obrera mientras aceptamos trabajos de mierda socialmente presentables que se basan, exclusivamente, en la identificación del yo del trabajador con la empresa. Miles de trabajadores inmateriales fueron eyectados por las GAFAM sin que surja el menor atisbo de una organización militante capaz de tender puentes entre ramas y sectores productivos: las estrategias son puramente individualistas, se reducen al buchoneo heroico del “insider”, al individuo corajudo espectacular que informa en el medio alternativo, posteriormente consagrado por una película, coadyuva a la producción de escándalo y desprestigio en las arenas de la política profesional. La huelga de los guionistas de Hollywood fue extraordinaria, bancada por sus engrosadas cuentas bancarias, lucharon por la supervivencia ante la IA. Todo por hacerse.

El capitalismo cibernético, con toda su aura transhumanista de omnipotente IA, disciplina a la masa laboral mundial del mismo modo que el viejo industrialismo manchesteriano: mediante el horro vacui, el terror al desempleo.

Graeber murió en 2020, nuestro absoluto respeto.

Para acceder al libro:

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